miércoles, 8 de febrero de 2012

FRANCISCO SEGOVIA [5.808] Poeta de México



Francisco Segovia

Poeta mexicano. Nació en la ciudad de México, Distrito Federal, en 1958. Estudió sólo hasta su bachillerato pues el Consejo Británico del King's College de Londres le otorgó una beca con el fin de que éste realizara un "Non-degree research studies" de estudiante de posgrado. En 1976 ganó una beca de poesía del concurso "Salvador Novo" del Centro Mexicano de Escritores. En 1992 ganó el concurso de beca de creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha impartido cátedras de literatura en diversas universidades y traducido al español muchos trabajos. Colaboró como lexicógrafo en la creación del Diccionario del español mexicano, realizado por el Colegio de México. Actualmente es investigador del Colegio de México.

Obras


Rellano (1998)
Retrato hablado (1996)
Abalorios y otras cuentas (1996)
El aire habitado (1995)
Fin de fiesta (1994)
Nao (1990)
Figuraciones (1990)
Conferencia de vampiros (1988)
Ocho notas (1986)
El error (1981)
Alquimia de la luz (1979)
Sin sombra (1979)
Dos extremos (1977)







No hubo un solo día en que la luz
no dejara en su frente un trance
un hechizo una señal de que era en él
donde la claridad había elegido
abrirse al que quisiera verla.


La claridad del día
en su lúcida extensión sin un reproche.
La de la noche en su espesura sin cascajo…


No hubo un solo día
en que la luz no lo eligiera…










D e g u a r d i a


(Nuevos fragmentos)

y nosotros los guardias
alimento de los tigres
—Rikaku





También en nosotros pesa la plomada
que va hundiendo al sol en el abismo de su peso
puntual como el punto que cae siempre
en el centro de su círculo.


Los hombros derrumbándose por dentro
mientras dura aún la guardia.










Esperamos sedientos que terminara el día
suplicando en silencio a lo más alto.
Pero en vano.


Tampoco la noche
asperjó en el cielo
sus gotas de agua.










¡Es tan poca la tierra! —dijo—.
Mis padres y sus padres rastrillaron
estas mismas lajas blancas
que seguimos venerando.


A todos los enterramos
echando polvo en su boca.
Pero a poco sobre sus tumbas
volvía a pasar el arado.


¡Es tan poca la tierra!














El viento arrasa nuestros párpados
y borra los senderos.
¿Cómo saber a dónde vamos?


Caminos de polvo.
Caminos del polvo.










Piedras desabridas
que castañetean loma abajo.


El viento recorre el espinazo torturado
de ese río de temporal
como un largo escalofrío.










A veces una sombra
camina con nosotros.
Los jóvenes se vuelven
queriendo sorprenderla
y se miran en silencio.
Los demás clavamos los ojos
frente a nuestros pasos.
El pudor es algo
que arraiga con los años.










Pueblos de adobe
hincados en el polvo.


Más que casas
tolvaneras desplomadas.


Desligando la argamasa de sus labios
alguien dice que en mixteco
hasta las nubes son polvo:


“Polvo de agua pero polvo”.


Ni siquiera un aguacero aliviaría
la sed que anida en el aire.














Fregamos con estropajo cada día
el abrevadero y los baldes
de caballos y de perros.
Que no metan las patas
al agua donde beben.
Que no aprendan como nosotros
a engordar las cabras con cicuta
y lavarse las manos en agua puerca.












¿Qué hace el aire
que a veces nos acerca
y a veces nos aleja
las montañas?


Ayer respirábamos en las playas de un valle
y hoy nos ahogamos en un cerco.












¿Hay algo más allá?
Tendemos el oído y aguardamos
cerrando los ojos.


No nos avergüenza
dormitar al paso del silencio
y entrar a ritmo en su inercia.
Hacemos lo que la araña
bamboleándose en sus hilos
hasta que cae su presa y los tensa.


El ojo duerme
pero el oído está de guardia.














Entrada la noche le echamos
un puño de tierra al fuego.


La oscuridad fue apagando
actos y palabras.
Nos puso a salvo para el sueño
y nos tumbamos a dormir …


Nos despertó el destello
de un limpio fogonazo.


El relámpago nos delataba apretujados
en un recodo de la noche :
aquí el pocillo de peltre
en las piedras de la lumbre
y más allá la sombra de dos hombres
bajo una misma frazada
la silueta de las mulas y sus ojos azorados
el chasquido y la hojarasca
que dejan los roedores al huir
cerniéndose en el aire …


Y sólo después
el amplio y hondo retumbo del trueno
que llenó el pecho de la noche …


—¿Truena en tiempo de secas?
—Quizá se nos fue volando el año
y ya tocan las aguas.
—O ya nos alcanzó
el año que entra …


Pero nada podía alegrarnos.
La noche cerró el refugio que nos daba …









Luces a voleo y a la suerte …


¡Que alguien se haya imaginado
las estrellas en racimos!














—Los guijarros cantan en la orilla
pero más y mejor al fondo
donde no se oye …


—Ya verán cómo es amarga
la niebla al lado de los troncos
pero dulce sobre el agua …


—Cuando la serpiente beba
de la sangre del hombre
y el cielo grite tres veces …


Si no lleváramos despiertos tantos días
quizá creeríamos que todo es sueño.














Un pedrusco
—hirsuta flor de lava—
en esta orilla.


Pero en su tumbo también él
como un canto hará correr
un limpio arpegio sobre el agua.


¡Oh esperanza!
















Bajamos al pueblo.
Hileras de puertas y ventanas
entreabiertas al silencio.


No hay nadie.
Sólo ese susurro que se arrastra
alzando polvo en el empedrado.









La miraron sin emoción
pero con la gula indistracta
de una partida de orcas
que cazan toda una ballena
por devorar sólo su lengua.









El incendio nos legó estas ruinas.
¿Cómo recibirlas sin quemarnos?


Nuestra tristeza antaño circunspecta
aspira el humo amargo de las ascuas.
Y tose.
Tose.







Mascamos tierra y tenemos
los ojos llenos de polvo.
Negras costras en vez de uñas.


No salimos a la luz
ni recorremos sus plazas.
Sólo de noche rondamos
sin saber si alguna vez
vendrá el día en que el día vuelva
a tolerarnos en sus toldos.


Vagamos como espectros
en el ghetto de la noche
y sólo a veces nos cruzamos
con las mismas sombras que hace tiempo
nos enterraron vivos.









Después de caminar por todo el día
sin más que el resplandor del sol sobre las dunas
nos detenemos a acampar.

En la noche —casi ciegos—
abrimos aún los ojos escaldados
y miramos las estrellas.

Caen sobre el horizonte
como una llovizna lenta. 




No nos queda nada limpio ya.
El viento del norte y el viento del sur
nos laceran el rostro con su lija
como si ellos también tuvieran
la piel llena de costras.





Fundamos esta ciudad como las otras
echando una lápida a la tierra
porque a eso siempre se regresa.

Y la hincamos en medio del desierto
por ver en las ráfagas de arena que la cruzan
cómo trenza el embalsamador sus vendas. 







Ven.

Toca la consistencia de la tierra en este sitio
tan lejos de las vegas y la sombra. ¿La sientes?
No tocas una duna que dispersa el viento :
tocas tierra firme : el lomo de una loma.
¿Sientes cómo desde dentro
una humedad la agruma y vuelve firme?
¿Cómo desde dentro un esqueleto
le da asidero a su carne y la mantiene junta?
Debajo de la piel hay piedras
y adobe y un altar íntimo y doméstico.

Deja en paz esas cosas niña.
No descuajes sus peñas
no quebrantes sus huesos
no interrumpas el lento trance
de la tierra por la tierra.

Cuando eches raíz aquí
no edifiques tu casa
con las ruinas de otra casa.  






Cuando acabe la crecida
y todo quede anegado
la tierra será una losa oscura
sin un borde para abrirla.

Pero luego echará grietas y rendijas
para azadones y palas.

Y otra vez dejará que entren en ella
las semillas y los muertos. 







Malbaraté mi vino
en parrandas de canteros
albañiles mercenarios …

Hoy miro los sorbos cortos
que pegan fuego a los rituales
y siento envidia de la acidez
del entusiasmo …
¡Mojar la lengua
en una gota de esa pira! …

A mí de ese sabor sólo me quedan
la ceniza y la sed que deja la ceniza
en la boca escaldada
siempreviva.

Malbaraté mi vino entre los gritos de esa gente
cegada al arrebato por el dios del arrebato.






Cuadrigas de hombres
que patrullan las calles
extranjeras
y en cada esquina cortan
la conversación de las mujeres
las voces de los niños
los nudos de los hilos de la gente.

Partidas de hombres
aferrados a sus armas
como si sólo en ellas
tuviera agarraderas sólidas la vida.

Escuadras de hombres en sus carros …

Pasan y pasarán …
Pasarán y volverán …

Las ruedas no echan
raíces en la tierra. 







Algo queda siempre.

Una bocanada de aire
aprisionada en la boca
al cerrar los labios
o clausurar la tumba.

Un último aliento
—irrespirado
irrespirable—
preso en su propio hedor.

Algo queda siempre. 






… huesos
someramente hundidos en la arena
bajo el soplo de la luna huesos blancos
más que el alborada duros y pulidos
como guijarros de la orilla huesos
que fractura el mediodía
y el desierto pulveriza
en otros velos y otros soplos
que cubren y descubren
huesos …




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