lunes, 30 de diciembre de 2013

MARGARITA PAZ PAREDES [10.800]




Margarita Paz Paredes

Margarita Paz Paredes (n. 30 de marzo de 1922 en San Felipe, Guanajuato — 
f. 22 de mayo de 1980, en la Ciudad de México), cuyo verdadero nombre era Margarita Camacho Baquedano, fue una destacada poeta y periodista mexicana. Sus poemas estuvieron enmarcados por temas relacionados con el humanismo, la filantropía y los derechos del pueblo.

Al casarse con el poeta hondureño, Rafael Paz Paredes (1911-1974), tomó los apellidos de este y calza con ellos, sus futuros y copiosos libros de poesía. El matrimonio Paz Paredes, procreó dos hijos: Sigfrido y Yamilé, esta última cultora de la palabra, como sus padres.Después de residir muchos años en México, el matrimonio se trasladó a Honduras, específicamente, al puerto de Tela, donde vivieron mucho tiempo. Posteriormente,Rafael Paz Paredes y su esposa, tomaron la decisión de separarse y seguir ambos, nuevas vidas. Rafael contrajo segundas nupcias con la hondureña, Alicia Quiñonez, con la que vivió hasta el fin de sus días. Margarita, en cambio, contrajo nupcias también con el escritor mexicano Emilio Abreu Gómez, pero aun así, ella continuó usando los apellidos Paz Paredes en sus libros.
Uno de sus libros más famosos, "Voz de la tierra", fue prologado por el polígrafo hondureño Rafael Heliodoro Valle, residente también en México, en 1946. Margarita Paz Paredes, murió en la ciudad de México, en 1980, a la temprana edad de 58 años.

Se conocen pocos datos de su vida; se sabe que estudió la carrera de periodismo en la Universidad Obrera y la carrera de filosofía y letras, junto con literatura, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Hacia 1942 escribió "Sonaja", su primera obra literaria, la cual sería el comienzo de su carrera en la escritura —donde llegó a publicar títulos de renombre como "Litoral del tiempo" y "Segundo litoral del tiempo". Su obra sigue siendo un reflejo de la vida contemporánea, aunque en un principio produjo poemas relacionados con el amor y desengaño, sin embargo, con el paso del tiempo le dio un contexto político y social. Sin embargo, no sólo abarcaba el género narrativo, sino también el lírico; esta se caracterizó por los entornos cotidianos en los que se relacionaba el ser humano, pero además, y según diversos literatos, también por la religión, el erotismo, el destino y la infancia, temáticas que se desarrollaron en la mayoría de sus obras. Dentro de sus poemas destacan "Oda a Constantini Oumanski" (1945), "El anhelo plural" (1948), "Andamios de sombras" (1949), "Canto a México" (1952), "Presagio en el viento" (1955), "La imagen y su espejo" (1962), "Señales" (1972) y "Memorias de hospital y presagio" (1979). Su poesía se caracteriza por tener una "sensualidad sutil, pero contundente"; asimismo, por reflejar la actualidad y tener un sentido de "[...] entrega y comunión".
En 1940, se afilió a un grupo de poetisas al lado de "Pita" Amor y Rosario Castellanos. Margarita fue profesora de literatura universal y española en la Universidad de Toluca y en la Escuela Normal Superior de México. Posteriormente contrajo nupcias con Ermilo Abreu Gómez, quien murió en 1971. En 1955 fue comisionada por la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA) de realizar una antología de la lírica contemporánea de México. Además, presentó sus recitales en universidades de México y el resto de Latinoamérica, al tiempo que pudo colaborar en revistas y rotativos del país. Publicó más de 15 libros lo que le mereció varios premios y diplomas tanto en el extranjero como en el país. Margarita Paz Paredes murió el 22 de mayo de 1980, en la Ciudad de México a la edad de cincuenta y ocho años.

Llegó a publicar otras obras durante su vida, tales como:

Voz de la tierra (1946).
El anhelo plural (1948).
Retorno (1948).
Génesis transido (1949).
Elegía a Gabriel Ramos Millán (1949).
Dimensión del silencio (1953).
Casa en la niebla (1956).
Coloquio de amor (1957).
Cristal adentro (1957).
Los animales y el sueño (1960).
Rebelión de ceniza (1960).
Elegía a César Garizurieta (1961).
El rostro imposible (1965).
Lumbre cautiva (1968).
Otra vez la muerte (1976).
La terrestre esperanza (1977).
Puerta de luz líquida (1978).
Viaje a China Popular (1966) —que fue un escrito en prosa.







Pequeña isla

Adán del universo:
donde pones tu planta
la tierra se conmueve
de ocultos paraísos.
(Te anuncia una legión
de brazos incendiados.)
Eva soy, inmemorial y eterna,
ligada a ti por el suspiro
de antigua soledad, y desterrada
por el frutal capricho.

En el exilio estoy.
El alba de mis besos
palidece en la niebla.

Hacia tu encuentro he caminado siglos,
desolada y agónica
frente a sordas esfinges;
siglos preñados de preguntas,
de llanto y de silencio.

Pero de pronto,
surges en el desierto
vertiendo manantiales
para mi sed inmensa.

Los espejos solares de tus ojos
me copian. Voy desnuda
de sombras y de angustia,
y me dices palabras que alimentan
mustios cañaverales.

Otra vez vegetal, me fecunda tu savia:
los huesos me florecen, la piel se me licua
en amorosos jugos,
y el corazón agita.
su bandera incendiaria
sobre el huerto del mundo.

Ahora, ya dueña del enigma,
puedo decir el canto
del Primer Paraíso:

Surco de amor,
en ti todo germina.
Camino ya sin ti
y hacia tu búsqueda.
Mis brazos se quedaron
asidos a tu cuello.

Pequeña isla soy. Tú me descubres.
Tus abejas me invaden y, de pronto
—cera y miel— te me entrego
tibia, recién nacida.
Luego desapareces y despierto
de bruces en la onda olvidada del agua.

Es hora de morir sin ti, me oprimen
los círculos morados de la ausencia
y en el umbral del sueño desfallezco,
inmensamente triste y solitaria.
Poco a poco la tierra se conmueve,
me transmite su sangre verde, cálida,
y amanezco en resinas verticales.
Es que voy a tu encuentro, resucito
caminando descalza sobre el musgo,
el pecho descubierto,
otra vez cera y miel,
isla pequeña,
Eva antigua y eterna.

Tú sostienes la tierra y me sostienes
dichosa, en altos climas,
fuera de toda muerte, porque vivo
contigo ya sin tiempo y sin espacio;
porque te amo
desde la soledad del Paraíso
hasta el postrer exilio,
donde, llorada patria de amargura,
purificada de pasión, seremos
amantes sin espinas y sin sombras.



Valioso documento que registra la dedicatoria que Margarita Paz Paredes le hicera en su libro "Voz de la tierra" al intelectual hondureño,  Víctor Cáceres Lara, en 1946.







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         A Luís Gallegos Valdés

I

Ahora
que encamino mis pasos hacia el alto crepúsculo,
cadáveres de sueños siembran su cal inútil
a lo largo del día.
Mi devoción frustrada no acierta ni siquiera
a imaginar un súbito color entre la sombra.
¡Esta tarde, como todas las tardes,
he perdido una estrella!

Apareció de pronto flotando sobre el río
y fue como nenúfar transitorio
su anunciación insólita.
Su nombre de rocío
dejó en mis labios avidez lacustre;
y al fin, celeste y evasiva,
se diluyó en derroche de iluminada espuma.

Vino después a mis hambrientas playas
y era un pez rutilante en mis redes de asombro;
pero sobre la arena se deshizo
su inusitada piel de azogue.




II

Decidme, amigos:
¿habéis visto mi estrella?

Por la alegría con que bañó mi aurora,
yo la busqué en la zarca sonrisa de los niños;
en el piafar ardiente del caballo;
en la congregación del pan sencillo;
en la dorada fuga
de una silvestre lagartija;
en el remanso donde las palomas
trizan a picotazos los luceros,
y en la miel inocente
con que el amor construye sus panales.




III

Avisadme
si encontráis una huella
de mi pequeña luz desvanecida.

Por el temblor que aposento en mi alma,
le percibí en el viento
— salterio alucinado para cantar tu nombre —
que encendió fuegos fatuos
en el encarcelado panteón de mi esqueleto.

La seguí en el salitre de la ola imprevista
que me acerco un instante
al ojo pavoroso del velero
perdido en la vigilia de mi oceánica noche.

Me conmovió la orquesta sensual de su llamada
y el corazón en brasas consumido en su estirpe
la espera en el secreto sacerdocio del fuego.





IV

Alerta, caminantes:
Ha caído mi exhalación en el vacío.
Prestadme vuestros mantos;
tendedlos sobre el polvo;
que su llama fugaz no se lastime
y me deje
en cenizas transida.

Vosotros, los que portáis antorchas iluminando bosques,
y mares y desiertos,
no abandonéis mi paso
que enigmas y tinieblas asaltan.

Escuchadme:
si no encuentro la brecha
donde sabias y diseminadas espinas
conducen a la rosa;
si este llanto
con su pasión de cándida ternura
no logra humedecer
el contorno inflamado de su ausencia;
antes que muera a obscuras,
sin el contraste de su leve cirio,
heridme aquí en el pecho,
sacadme el corazón, arrojadlo a la noche
y retiraos, amigos,
porque su incandescencia de volcán retenido
libertará sus vetas
incendiando la tierra, el aire, la esperanza...




V

¡He perdido mi estrella!
Si la encontráis un día,
decidle, que en su busca
este pequeño corazón de trigo
quiso ser para ella
el pulso universal del firmamento.





Carta desde un lugar cualquiera

Sucede que de pronto,
desde un lugar cualquiera
en que mi sombra terca se detiene,
la niebla de tu ausencia desgarra su cortina
de insistente aislamiento.
Son esos los instantes
que recorre mi frente
un estremecimiento cálido,
y recuerdo...
y un especial sabor de fruta
extrañamente huida
se detiene en los labios desolados.

En verdad, no me importa
lo que ocurre fuera de mí, aunque cercano,
tocándome la piel y los cabellos,
salpicándome el rostro de amargas humedades,
y poblando los ojos de fantasmas.

Ni los brazos cargados
de avariciosas dádivas;
ni la herida del pecho, eternamente abierta;
ni la voz que se ahoga en su pozo de arena,
nada de eso me importa ni me duele.

En este viaje interno, descendiendo
hasta el fondo de mí, hacia mi abismo,
en busca de una luz, de una señal perdida
que me conduzca
a la morada donde mi alma sola
reclama una respuesta
a su cansancio de indagar en vano.

Quiero apresar las letras de tu nombre
y grabarlas en mi espacio sin tiempo,
pero alguna se escapa
incomprensiblemente
de su perfecto y nítido engranaje.
Y todo queda roto,
todo disuelto en campo de ceniza.
¡Sólo una grieta ahogada en el silencio,
una desesperanza sin remedio!

Perdona que te escriba
desde un lugar cualquiera,
pero no tengo un sitio
que me invite al descanso;
perdona que no diga tu nombre
porque temo que el viento
mortal, lo desintegre.
Queda aquí, resguardado
en esa íntima, silente soledad
que me enseñó a encontrarlo
muy adentro,
encendido y constante
en la vigilia.

¡Pero si no estoy triste!
Sólo que es muy difícil, fatigoso
el descenso
a las profundidades de sí mismo.
Y nada sé de mí, nada que aclare
el enigma que ronda cada sueño,
cada fulgor que apaga la tiniebla,
la imagen impasible en el espejo.

Me quedo aquí, al principio
de esta espiral eterna,
en busca de las huellas luminosas
que guíen mis pasos al soñado hallazgo
del amor o la muerte.

© Margarita Paz Paredes


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