miércoles, 19 de abril de 2017

LUIS M. VERDEJO [20.096]


Luis M. Verdejo

Luis M. Verdejo (Tijuana-México, 1967). Pintor, escultor y poeta. 

Luis Manuel Verdejo Navarro nace el 24 de Septiembre de 1967, en Tijuana, Baja California, México

Estudios Universitarios:

Licenciado en Literatura Latinoamericana, Subsistema en Arte y Conocimiento en la Universidad Iberoamericana en Santa Fe, D.F., (1989-1995). Maestría en Artes Visuales, ENAP, UNAM, 2008-2010

Ha publicado en poesía Poemas de la mano izquierda (2008) y Los poemas de la musa negra (2016).






Poemas tomados de Poemas de la mano izquierda. 
México: Textofilia, 2008. Impreso.


El libro recoge 16 años de trabajo literario y coloca un interesante diálogo entre el arte contemporáneo y el ejercicio poético. Con un lenguaje sencillo y cotidiano, el poemario juega con ritmos visuales y sonoros que complementan el sentido de los textos y los nutren de vitalidad. Concibe las palabras como elementos gráficos asociados a las imágenes poéticas que también crea.



Mi querido Paul Klee

las frutas
sufren
están sufriendo
por ejemplo
el plátano
(aunque no tanto)
la guanábana
mucho y
sobre todo
la manzana sufre
está sufriendo

¿cómo es que crece
un ser?

¿cómo va
progresando
su cuerpo?

¿cómo una rama
se atreve a
ramificarse?

¿y la semilla?
y la flor
¿qué es
y por qué dura
más
si uno la corta
que si no?

al viento le gusta
meterse
entre las hojas
jugar
hasta el cansancio
con pequeñas manos

y la piel ¿por qué se va
desgajando
cortando
longitudinalmente?
¿por qué se cae
igual que a las culebras?

¿por qué una mano
se puede anidar
en otra?

un hombre se queda pálido
como en el interior
de la manzana
como lo  terso
de la guanábana
un hombre solo
ante una lámpara
ve pasar los días
(cuando está acompañado
no ve nada)

un hombre ha amado
y ahora
la pel se le desgaja
se le cae
igual que a los poetas
demoníacos
que se enferman
de sol

llévate sin chistar
ándale
estas dos manzanas
una para el muchacho
la otra para ti


__




Guayabas

la poesía sopla
donde al viento
le gusta
que sople
y se comprime
el aire
y entra
en un cuerpo
dentro de una voz
siempre
sencilla

             (la lluvia ligera
no desea
           sino
                humedecer
el jardín


                 y el calor
no desea
             sino secarlo)
mi madre
emocionada
dice por teléfono
– ya verás
qué guayabas
tan grandes y tantas
nos dio este año
el guayabo –

y sentí
sin decírselo
la semilla
del poema


__



es terrible saber que: 

la frescura
la frescura
la gota de agua
de lluvia
llena de luz
en la hoja de la higuera
o en una hoja
más grande
de planta
que no conozco
la frescura de la luz
ya no estará
cuando nos volvamos
(si es que nos volvemos)
a ver

ella
no estará ya

ya no


__


si me vieras ahora

en este amanecer
pródigo
entre tal desorden
                        de mi cuarto
me verías brillar
con una luz inapresable

ya lloré
todo lo que tenía guardado
en un cajón
lleno de lluvia
fina
para humedecer
la atmósfera

brillaría

como alguien que de pronto
reconoce el mundo
como una bicicleta montada
                                  por un niño contento
como el gorrión
                      que por qué canta

en el rostro de papá
    una mueca extraña
un gesto
      como una flor
casi marchita
un sendero de piedras sueltas

ya no está

y ahora recorre
bosques
enfriados de metal

tanto vi
en lo que me dijo que vio
que ya no sé si es mío
             o suyo aquello

recorre bosques húmedos
con zapatos inadecuados

brillaría – te digo

ya recorrí también mis propios bosques
y son hermosos
y extraños

el canto
y la elevación de los campos
la red de nopales
                  en un claro
las pacas de maíz
seco

no encuentro la cima
no llego a la planicie

brillaría para ti
en silencio


Poemas de la mano izquierda
Luis M. Verdejo,
Textofilia, Colección Lumia, México, 2008

Por Tania Favela


Cuando abrimos el libro de Luis Verdejo, después de la dedicatoria, leemos: poemas de la mano izquierda fue escrito entre 1992 y 2008, y debajo de estas fechas aparece un epígrafe: “like a lone ant/  from a broken ant-hill”, que en una traducción muy literal dice algo así: como una hormiga solitaria que viene de un hormiguero destruido.

Quisiera comenzar a hablar de la poesía de Luis Verdejo, tomando este epígrafe y los 16 años que transcurrieron para la escritura de su libro. Me gustaría hacer una comparación entre esa hormiga solitaria y el trabajo del poeta, que implica también soledad, paciencia y constancia; un trabajo que no tiene ningún tipo de garantía, que se realiza porque sí, porque se cree en la escritura como tal y en la necesidad que tiene la vida de ésta. Verdejo se inserta precisamente en esa línea de poetas, aquellos que ven en la poesía una forma de vida, aquellos que ven en ella, incluso, una forma de salvación. Más allá de premios, becas, reconocimientos; más allá de la obsesión de publicar por publicar, más allá de todo ese andamiaje, que más que ayudar, distrae, Verdejo se ha mantenido fiel y firme ante el proceso mismo de la escritura, se ha mantenido alerta y a la espera. Y es por ello justamente que en este primer libro recoge 16 años de trabajo.

Como la hormiga que viene de un hormiguero roto, Verdejo viene también de un mundo diezmado; amigos, conocidos, familiares que ya no están, son motivo recurrente de sus poemas. Podría decirse que su poesía gira en torno a dos polos principalmente: la muerte y el anhelo de vivir o quizás, más que anhelo, lo que hay en el centro de sus poemas es un constante maravillarse ante la vida, una mirada de asombro que descubre la belleza en los objetos cotidianos que lo acompañan, en las personas con las que convive, en los animales o plantas que se cruzan en su camino; en un plátano, una guayaba, una taza, una mesa, un colibrí, en todo ello encuentra, como el mismo Verdejo lo dice en un verso, la semilla del poema. Y esa semilla implica, al mismo tiempo que la construcción del poema, la construcción de su propia vida. La base, la raíz, desde la cual enfrentar y penetrar el mundo. Para Verdejo, como lo dice Juan Alcántara en la contraportada del libro: “el papel del artista es embriagarse de la inagotable belleza para luego señalarla, celebrarla, hacerla circular para todos como una especie de antídoto feliz de todas nuestras muertes”. Y en verdad, la poesía de Verdejo, a pesar de su insistencia en la muerte es, antes que nada, una celebración de la vida.

Ezra Pound en su libro El arte de la poesía nos dice que igual que en la medicina, existen el arte de diagnosticar y el arte de curar; el primero persigue el culto de la fealdad y señala las heridas, los síntomas de la enfermedad del mundo; el otro, persigue el culto de la belleza, nos fortalece, señala lo que vale la pena vivir. Pensando en las palabras de Pound, me parece que la poesía de Luis encuentra un equilibrio entre ambos: diagnostica y cura. 

Luis Verdejo nació en Tijuana, y a pesar de vivir en el Distrito Federal desde hace más de 20 años, muchos de sus poemas rememoran el paisaje de Tijuana, los cerros, las rocas, el cielo, el mar, los juegos de su infancia, la bicicleta, las caminatas; pero también, registran la violencia del lugar y sus habitantes, violencia del pasado y del presente. La “violencia de las horas”, título de uno de sus poemas que supone un homenaje a Cesar Vallejo, señala la violencia contenida en todo hombre, pero a la vez, muestra que ésta no es sino exceso de energía que podría transformarse, volverse creativa: “en aquel tiempo/ los niños miraban/ con ojos de insecto inteligente/ eran como Tom Sawyer/ pero violentos/ hasta la sangre”. ¿Cómo canalizar esa energía?, se pregunta Verdejo, ¿cómo lograr crear a partir de ella? Se bosqueja entre las líneas del poema, una de las funciones posibles de la poesía: liberarnos, ayudarnos a vivir, combatir, desde el lenguaje mismo, una realidad demasiado dura, áspera, intratable. 

Toda creación supone energía. El poeta, dice Charles Olson, toma la energía del mundo, la transforma y la lleva a su poema; en este proceso de transferencia de energía, del mundo al lenguaje, el poeta debe cuidar que la energía no se disemine, no se pierda ni se malgaste. Un poema es un objeto cargado de energía. Esta definición podría abarcar no sólo al  poema, sino al arte en general;  al ensayo,  la narración,  la pintura, la escultura. En todo arte, la composición, la construcción busca contener esa energía.

Luis Verdejo ha dedicado su vida a la poesía, pero también a la pintura y a la escultura. Quizás por lo mismo tiene un agudo sentido de la composición y una relación sensorial con las palabras. Colores, formas, contornos, matices, texturas, son elementos fundamentales para los poemas de Verdejo. Su poesía tiene un fuerte acento visual, es una poesía para el ojo, más que para el oído, una poesía construida en base a la imagen y a una imaginación material. Todo está ahí para ser visto, para ser tocado; todos los objetos que nombra adquieren una presencia concreta ante los ojos del lector, los sentidos se abren, el gusto y el olfato también tienen su lugar en los poemas:

Verdejo, en este libro, hace uso de su experiencia como pintor y escultor: colorea, matiza, crea atmósferas, resalta contornos, delinea los objetos. El mismo título del libro hace alusión a una técnica de dibujo; ejercitar la mano izquierda para dibujar y pintar es un ejercicio conocido entre los pintores, Luis, un poco en juego, transfiere a la escritura este ejercicio.                         

Poemas de la mano izquierda es también un libro autobiográfico. El poeta registra momentos de su vida, de su pasado y su presente, personas, situaciones, encuentros;  pero también están en sus poemas las huellas de sus lecturas, citas de versos, frases sueltas, nombres de poetas o narradores, además de los pintores y escultores que menciona y a los que dedica buena parte de su libro. Es como si Verdejo no quisiera dejar de mencionar a aquellos artistas con los que ha entablado un diálogo a lo largo de su vida. Aquellos pintores, poetas o músicos que le han dado un sustento, que le han señalado un camino. Ahí están Van Gogh, y Cézanne, Rembrant y Soutine, su querido Paul Klee, Goeritz, Rodolfo Zanabria (pintor mexicano del que Verdejo fue amigo), Gaugin, Twombly, Matisse, pero también Bob Dylan y Vinicio de Moraes, y al lado Rilke, Montale, Rimbaud, Robert Creeley, Basil Bauting, y los poetas chinos de la dinastía Tang y los poetas japoneses, Issa, Basho. Esta larga lista de nombres nos habla de que para Luis Verdejo la poesía funciona también como un homenaje, homenajear a aquellos que hicieron del arte la verdadera tarea para la vida, frase de Nietzsche que Verdejo cita siempre con gusto y verdadera convicción.




“Los poemas de la musa negra” (2016), de Luis Verdejo

Por Tania Favela Bustillo

Contra el “buen tono literario”, los Poemas de la musa negra de Luis Verdejo, ponen al descubierto el poder subversivo y desestabilizador de la risa. Verdejo, en una especie de mascarada, se asume como el último Emerador Pai pai, como el gran Houdini, Cuacuahutzin el Máximo o el longevo Li Ching-Yuen; es también el anti-metafísico, el poeta social, el robaversos, el hombre despechado o el burócrata aburrido; en suma, un poeta menor, descolocado en el mundo, que se describe a sí mismo: “soy una lanza de monje/ fuera del blanco/ un primitivo rupestre en tiempos virtuales/ decadentes”.  Pero lo menor se torna mayor en el tono siempre ascendente de los poemas, en las frenéticas enumeraciones, en la capacidad de metamorfosis: todo se multiplica, se desborda, se extiende. Más que la imagen, la acción está en el centro. Verdejo nos enfrenta a una imaginación motriz, en la que participan lo humano, lo animal, lo vegetal, lo mineral: todo está dinamizado, todo salta, corre, nada, vuela; de ahí el impulso constante, de ahí la densidad animal de los versos, no sólo por la reiterada mención de animales (anguila, gato, tigre de bengala, jirafa, avestruz, insecto, pájaro carpintero, yegua, gallo, araña, etc.), sino por la audacia y la flexibilidad del lenguaje, por la vitalidad de las palabras.

Luis Verdejo cree en la emoción, en el entusiasmo ante la vida; sin embargo, nada hay de inocente en los Poemas de la musa negra: en medio del sarcasmo, de la comicidad, se apunta, de manera ácida, al centro de una problemática social que no deja de relampaguear entreverándose entre los versos. La musa, emblema de la sublime inspiración, es una musa negra, corrosiva, mordaz, que apunta su flecha tanto al mundo como al poeta mismo, mostrando la falsedad de aquello que llamamos Arte, Belleza, Conocimiento, Amor. Las grandes palabras se desinflan y muestran su precariedad, su fachada, la pose detrás de cada una de ellas.

En fin, un poco a la manera de Gombrowicz, Verdejo, con su musa negra, ha apostado por el deseo, la inmadurez, el desatino y el disparate, reductos humanos todavía no domesticados.








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